7 de enero de 2008

Hablar es gratis (2da parte): Redescubriendo a Héctor Soto.

Estoy obsesionado con el tema Héctor Soto.

Buceando en la virtualidad me encuentro este atinadísimo extracto que el periodista/cinéfilo/potencialmente-cineasta Gonzalo Maza exprimió en su interesante blog de películas, en el que rescata el balance cinematográfico 2005 de Soto.
A diferencia de Maza, yo si me he encontrado muchas veces comulgando con las apreciaciones de Soto. Por otra parte, en sintonía con Gonzalo, su prosa me parece impecable, inspirada. El tipo es un iluminado de la crónica sobre séptimo arte.
Ahora: Lo que me llama poderosamente la atención, es que tomando en cuenta mi pataleo chauvinista del post anterior...¡lo que menos tienen sus impresiones sobre el cine chileno de ese período es tufillo a frigidez!.
Eres un diablillo, maestro Soto. Todo un diablillo.

A continuación, perpetro la soberana patudez de piratear con mucho cariño a Maza.
Entérense por ustedes mismos:


Un fabuloso vuelo de Scorsese

“El aviador”, el mejor estreno del año, pasó un tanto inadvertido entre los portazos que le dio la crítica local y los desaires que antes le propinó Hollywood.

Héctor Soto

Sólo un cineasta con la pulsión emocional de Martin Scorsese podía reivindicar para la pantalla a un personaje tan obsesivo y tan fracturado como Howard Hughes. El resultado es enloquecedor y muestra a un protagonista que, habiéndose sobregirado en todos los planos de la vida, sólo vino a desplomarse cuando su espíritu de aventura lo llevó más allá de lo que le permitía su autonomía de vuelo cerebral. Trabajando dentro de los códigos de la superproducción biográfica tradicional, Scorsese también estira la cuerda hasta los límites de la disociación expresiva y reconoce en su personaje a un compañero de ruta en materia de compulsiones y excesos.

Cineasta inspirado y dueño de una filmografía perturbadora y descomunal, a lo mejor con El aviador Scorsese no extiende ni un solo metro más las fronteras de su cine. Pero demuestra que él también puede manejarse dentro del género y la convención. Y lo que es más importante, que puede hacerlo mejor que cualquier otro cineasta vivo.

Para recordar, revisar y no perderse

El regreso. El padre enseña, el padre castiga, el padre entrega un modelo de virilidad. El problema es que el de esta película también abandonó a sus hijos durante muchos años y en esta deserción está la clave de la tragedia en que culminará el paseo que él realiza junto a sus dos hijos. Puede ser una de las películas más duras, despojadas y emotivas del año.

Entre copas. Centrada en la experiencia del viaje por las viñas del valle de San Fernando que emprenden dos perdedores natos en vísperas del matrimonio de uno de ellos, posiblemente esta película sea uno de los títulos más originales de esta temporada. Mientras uno de los protagonistas es un actor en decadencia que todavía vive a cuenta de viejos comerciales que hizo para la TV en el pasado, el otro tiene aspiraciones de escritor. Saludable reivindicación de dos losers en medio de tanto exitismo.

Contra la pared. Dos inmigrantes turcos en Alemania. Mientras él recorre el camino que va desde la disociación nihilista hasta el amor, ella -una chica con fracturas esquizofrénicas que contrae matrimonio sólo para zafarse de su familia- emprende el viaje a la disolución. El problema es que cuando la pareja vuelve a encontrarse para descubrir sus afinidades ya es demasiado tarde y la cinta se transforma en una gran historia de amor que no fue.

Whisky. Un pequeño filme uruguayo y, también, una gran película intimista. Los directores Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella crean una atmósfera donde la decadencia, el anacronismo y la represión emocional se cortan con cuchillo. Tres personajes heridos a los cuales el mundo de los sentimientos concede una última oportunidad.

A todo o nada. En una de sus mejores películas, Mike Leigh vuelve al mundo de la pobreza y la marginalidad: gente un poco gorda, fea y esclavizada por la pura sobrevivencia hasta que un accidente les recuerda que no pueden seguir viviendo disociados de sus sentimientos.

Saraband. Bergman en un prólogo, diez capítulos y un epílogo que sintetizan algunos de los mejores momentos de toda su obra.

El abrazo partido. En una decadente galería comercial del Barrio del Once, un joven desorientado se reencuentra con su padre ausente. Dirigida por Daniel Burman, podría ser una de las mejores películas argentinas de los últimos años.

2046. Wong Karwai trabaja como nadie la estilización en ese borde incierto que va desde el peso de la memoria a la fugacidad del instante y a la imposibilidad del futuro. Esta cinta, que creó al mismo tiempo de Con ánimo de amar, es la historia de un periodista disipado que escribe novelas de anticipación e intenta recuperar un amor frustrado en tres mujeres distintas -una prostituta, la hija del dueño de la pensión donde se aloja y una estafadora profesional- en relaciones que por una parte lo devuelven al amor de su vida y, por la otra, vuelven a expulsarlo al fracaso y la soledad. Siendo una película de gran complejidad narrativa en términos de temporalidad, es también una cinta de rara fascinación.

Adulterio.
En una época que ha hecho del intercambio de parejas un juego más simplista que perverso, las relaciones de infidelidad que establece esta cinta entre dos matrimonios hablan no sólo del desgaste de la vida conyugal sino también del espeso trasfondo de rencores, venganzas y crueldades autodestructivas asociadas a la convivencia. Estupendas actuaciones de Laura Dern, Mark Rufallo, Naomi Watts y Peter Krause.

Clean. A lo mejor esta cinta de Olivier Assayas no es más que un melodrama contextualizado en los escenarios de la modernidad (música rock, adicción a las drogas, desintegración familiar…). Pero -momentito- si alguien pensó que el viejo canon narrativo ya estaba agotado, debería ver estas imágenes desgarradas y potentes para salir de su error. Notable actuación de Maggie Cheung, mejor actriz en Cannes del año pasado.

Guerra de los mundos. Posiblemente la mejor película de Spielberg desde Encuentros cercanos del tercer tipo. Spielberg se agranda en la estética y en la moral de los suburbios de la clase media baja norteamericana.

Actriz del año: Maggie Cheung

Camaleónica como pocas y con 20 años de carrera cinematográfica, hace rato que esta actriz hongkonesa cuenta con un ejército de seguidores entre los fanáticos del cine asiático, pero no fue hasta la maravillosa Con ánimo de amar que su nombre no se hizo más masivo, como quedó demostrado en su elección como una de las estrellas orientales convocadas en la taquillera Héroe. Pero la belleza de su rostro y su capacidad para pasar por distintos estados de ánimo frente a la pantalla tenían mucho más que ofrecer: en términos de emoción, de entereza y tenacidad, su gran personaje en Clean, por el que el año pasado fue elegida mejor actriz en el festival de Cannes, fue uno de los retratos más creíbles y conmovedores que el cine reciente nos ha ofrecido de una mujer intentando sobrevivir y obtener una segunda oportunidad en la vida.

• La vimos en Tiempo de volver y La venganza de los sith, pero fue con su trabajo en Closer que Natalie Portman se convirtió en icono imprescindible del cine del 2005. Se habló bastante de la sensualidad y madurez que la ex niña prodigio de El perfecto asesino exhibió, en su primer rol realmente adulto, pero curiosamente lo que a la larga cautiva es precisamente la inocencia y vulnerabilidad que mostró en Closer.

• Cada vez vemos menos en cine a la recordada actriz de Terciopelo azul, Corazón salvaje y Jurassic Park, pero cuando Laura Dern reaparece nunca pasa desapercibida. Este año, su personaje de esposa insatisfecha y al borde de la histeria en Adulterio fue una nueva demostración de su talento y fuerza interpretativa.

• Es la menos conocida del grupo, pero eso no es obstáculo para mencionar a Sibel Kekilli, la protagonista femenina de Contra la pared, como una de las grandes intérpretes del 2005. Su autodestructivo e impetuoso personaje fue un verdadero tour de force, como para tener en cuenta a esta joven actriz.

Actor del año: Paul Giamatti

Este actor estadounidense de rostro inconfundible tiene claro que lo suyo nunca será interpretar al héroe o el galán de turno. Paul Giamatti es el clásico secundario sólido y eficiente, aunque prácticamente anónimo, porque el público sabe que lo ha visto en muchos filmes interpretando al mejor amigo del protagonista, pero nunca recuerda su nombre. Desde su debut en 1992 lo hemos visto en cintas como Partes privadas, El show de Truman, El mundo de Andy o incluso como un oportunista mono en El planeta de los simios, pero sin duda es con sus roles de loser en títulos como Storytelling y Esplendor americano que ha terminado de instalarse en la retina del público, preparándose para su personaje más emotivo y real, el escritor frustrado y experto en vinos de la estupenda Entre copas. Son imborrables la conmovedora dignidad con que supo dotarlo incluso en sus momentos más patéticos, así como la mirada melancólica y resignada que acompañaba su negativismo. Si a este elogiado rol le sumamos su acertada labor en El luchador, sin dudas este ha sido el año de Giamatti.

• No faltaron los que dijeron que la actuación de Morgan Freeman en Million dollar baby era más de lo mismo: otro personaje entrañable, tremendamente humano y lleno de la sabiduría que dan los años, como ya hay unos cuantos en su carrera. A lo mejor es verdad, ¡pero qué bien lo hace!

• Aunque lo hemos visto de lo más cómodo en superproducciones de Hollywood como El último samurai o la saga de Harry Potter, es en el cine de Mike Leigh donde el británico Timothy Spall ha encontrado algunos de sus mejores roles: antes fueron La vida es formidable, Secretos y mentiras y Topsy-Turvy, pero este año en A todo o nada estuvo simplemente notable. Su taxista pusilánime y silencioso, que acumula sobre sus espaldas todas las miserias y tristezas de su familia, es uno de los grandes personajes fílmicos del año.

• Si es por roles intensos, en sus más de tres décadas de trayectoria en la pantalla Nick Nolte ha tenido unos cuantos: en Historias de Nueva York, El príncipe de las mareas, Días de furia, La delgada línea roja… Por eso, no debería sorprender el enorme nivel de dolor y tristeza, de conciencia ante lo irreversible que arrastra el compasivo abuelo que Nolte encarnó en Clean.

Vacunazos del año

Alexander. Es un secreto a voces: Oliver Stone no tiene vuelta. Si lo que quería era una reflexión sobre el vértigo de la conquista y la insaciabilidad del poder, lo que obtuvo se parece mucho a una fiesta de disfraces con una dirección de arte muy parecida a los viejos musicales de Rafaella Carrá.

Tim Burton. El autor de Ed Wood ha tenido una década terrible. Con la excepción de El gran pez, ninguna de sus películas califica. Y con sus dos estrenos de este año, El cadáver de la novia y Charlie y la fábrica de chocolate, demostró simplemente que está babeando un poco.

Sin City. Si fuera por look y por proezas tecnológicas, esta película de Robert Rodríguez valdría oro. Si fuera por emoción, no se deje engañar, porque químicamente es pura lata.

Sobrevaloradas

Días de campo. Ruiz todavía es capaz de rescatar algunos códigos notables del habla chilena, pero eso no significa que cualquiera pueda aguantar el mortal aburrimiento de este relato que hace convivir a los vivos con los muertos en el campo chileno. Cine de sarcófagos y extinguido antes de nacer.

Los coristas. Esta película francesa, que generó muchos lagrimones en su momento y que divide el mundo entre buenos y malos, es un canto ligeramente bobo a la pedagogía y un modelo ligeramente pedófilo de cine edificante. Apestó por todos lados.

Cine chileno: Las cuentas del 2005

La temporada dejó tres películas chilenas que califican con gran dignidad en los dominios de la expresión. Y dejó otra cosa muy importante: diversidad.Este año vieron la luz 15 largometrajes nacionales y si bien ninguno quebró las marcas de recaudación registradas en el pasado, el saldo sólo puede ser subestimado desde la perspectiva de un contador. Es cierto: muchas películas fueron a pérdida y difícilmente lograrán recuperar el capital invertido, lo cual de cara a la viabilidad de la industria cinematográfica nacional es complicado. Pero las películas no se pueden juzgar sólo por su borderó. Si así fuera, el cine más reciente de Gus Van Sant o el que ha hecho siempre Wong Karwai no valdrían ni un comino. Y -ojo- que valen. Valen en festivales. Valen en circuitos alternativos. Valen para las grandes minorías.

El 2005 fue desde ya una revelación en el caso de tres nuevos directores. Alex Bowen, después de un debut lamentable con Campo minado, estrenó Mi mejor enemigo, una cinta modesta y de apuntes finísimos. Aparte de cumplir la proeza de sostenerse en las tensiones de una guerra que no fue, se dio el lujo de articular, a partir de distintas privaciones (pocos personajes, puros hombres, un paisaje monótono e intercambiable), un relato que se sigue con interés y se procesa con no poca emoción. Película honrosa como la que más, sin duda que fue un aporte respetable al desarrollo del cine local.

El año pasado debutó también Alberto Fuguet con Se arrienda, que está lejos de ser un paso en falso. Por el contrario, es una película donde por primera vez el cine chileno interrelaciona caracteres con personajes, diálogos con dilemas vitales, utopías generacionales con fracasos individuales, ideales con oportunismos, dentro de la experiencia vital de un protagonista que aprende a mirar la vida desde el prisma de las oportunidades que tiene y no desde las que perdió. Fue una muy buena contribución.

El otro debut prometedor del año es el de Matías Bize con su película En la cama. Prometedor porque su autor tiene apenas 26 años y prometedor porque hizo una película que asume riesgos, que se sostiene con casi nada (una sola habitación, dos actores) y lleva al cine chileno a un paraje, la esfera de la intimidad, donde en rigor jamás los cineastas nacionales habían estado. Que tampoco sea una película perfecta no desmerece en absoluto ni su originalidad ni su audacia como proyecto fílmico.

En estas tres películas hay probablemente mas verdades personales y una creatividad más desafiante que en todos los taquillazos del cine chileno del pasado.

Si a las anteriores realizaciones se agregan títulos como Play, de Alicia Scherson, o Paréntesis, de Francisca Schweitzer y Pablo Solís, el panorama quizás no mejora sustancialmente, pero sí son obras que introducen al cine chileno una diversidad de temas, de sensibilidades, de atmósferas, que antes no tenía.

No sólo de entradas vive el cine. Lo importante no es que las cuentas del cine chileno estén en rojo. Lo importante es que están cada vez más abiertas. (HS)

Escenas del año

Inolvidable. La tía cantando a voz en cuello -y con la dignidad de un himno- The times a lady, de Lionel Ritchie, en el funeral de la madre, en Tiempo de volver.

Cruda. La ancianita aparentemente inofensiva pero deslenguada que descalifica a la gran Eleanor Roosevelt como una tortillera incorregible, en Los rompe bodas.

Erótica. El beso de Jude Law a Julia Roberts en Closer. El único momento de alguna intensidad erótica en esta película donde el sexo es sólo instrumento de dominio y sumisión.

Emotiva. El Padre Nuestro de los soldados chilenos en los momentos en que la guerra con Argentina estaba por estallar, en Mi mejor enemigo.

Patriótica.
La referencia de Will Ferrell al róbalo chileno, que termina quemándose dentro del horno, en la fracasada cena en la que irrumpe una Melinda destruida y descompuesta, en Melinda y Melinda.

Terrible. El momento en que Luciano Cruz-Coke, fracasado y perdido, niega su aporte a Fundación Las Rosas al pagar en la farmacia y justo se reencuentra al exitoso Felipe Braun, en Se arrienda.

Gloriosa. Las lágrimas de la camella cuando acoge a su cría en La historia del camello que llora.

Genial. La mirada de Scorsese sobre el Hollywood de los años 40, en el momento en que el protagonista de El aviador entra al Coconuts Club, conversa, se aleja, se distrae, se pierde y se va, en un largo plano secuencial que termina en la cara de un cantante supuestamente divertido, esforzadamente animoso y frontalmente siniestro.¡Qué maestría!

Desgarradora. El largo monólogo de Liv Ullman sobre Dios al visitar la capilla, en Saraband. Formidable testimonio de la vigencia del octogenario Ingmar Bergman.

Grandiosa.
La escena en que Clint Eastwood regresa de noche al hospital para desconectar a su discípula inerte después de haber dejado la vida en el ring, en Million dollar baby.