17 de octubre de 2008

ODIO, MIEDO Y PLACER EN EL CORAZÓN DE LA MÁQUINA



NINE INCH NAILS Live:
LIGHTS IN THE SKY Tour
Movistar Arena Santiago
Sábado 4 de octubre de 2008 - 21.15 hrs.

Nine Inch Nails toca "Only" en el Arena Santiago. La silueta en penumbras de Trent Reznor disipa con su paso la maquinal nube de estática que cubre el escenario de lado a lado. Un dispositivo especial le permite interactuar con una de las tres gigantescas pantallas del montaje. Es sólo uno de las decenas de efectos de imaginería visual y parafernalia de iluminación que trae el tour Lights In The Sky . El colectivo independiente Moment Factory desarrolló y combinó tecnología especial para diseñar visualmente la versión 2008 de NIN sobre el escenario. Puedo recordar la estética del cuadro en el videoclip de la canción, ese en que el rostro desencajado de Reznor cobra vida como una versión gigante de esos juegos de pequeñas estalactitas metálicas que plasman formas en una caja. Hacia el final de la canción, el líder de NIN se sumerge más tiempo en la nube estática de la pantalla translúcida del frente del escenario, aparece cada cierto tanto y en un momento de exaltación las emprende con puño y hombro contra la pantalla.

Al terminar la canción, rastros de sangre en el brazo del impávido Reznor no desentonan con la sensación integral de estar frente a una pandilla marginal sacada de algún lugar entre el universo androide post-apocalipsis de las sagas Terminator y Mad Max. Los conciertos de Nine Inch Nails suelen ser furiosos y caóticos, y no es raro que acaben con medio instrumental botado, mojado, pateado y lanzado a la audiencia.

Aún así, esta es una versión bastante más sofisticada - más adulta, pero no menos cargada de energética testosterona - del grupo gótico-paramilitar que Reznor lideró en el Woodstock del 94 en Saugerties, cuando Nine Inch Nails daba un golpe al cánon y los límites entre el rock alternativo, el pop, el heavy metal, el post punk, el funk de Sly & The Family Stone, y tanto el industrial espeso de Throbbing Gristle y Ministry, como la versión del mismo género,ciertamente más tecno, de KMFDM y Front 242. Reznor grabó su primer disco - el sexopsicoreligioso Pretty Hate Machine - trabajando de junior en un estudio y esquivando la carencia de una banda de acompañamiento con samplers, teclados vintage, guitarras directo a la mesa de mezclas y baterias programables, consiguiendo un sonido vivo, bailable y espeso, con vocación pop vestida de estética gótica herida por todo tipo de pedales, efectos análogos y estimuladores electrónicos.

Reznor le dirige la palabra a los chilenos directamente por primera vez, para pedir disculpas por el presidente que tiene en su país. Es la introducción para "The Hand That Feeds", la canción más política en la historia de NIN, un montón de preguntas directas al corazón del gringo crédulo, un grito directo al oído de los que, como muchos allá - y acá también, claro - intoxican las democracias con su abulia y su exceso de confianza en las instituciones, olvidando que detrás de ellas hay seres humanos, susceptibles de envanecerse y errar. "¿Cuán profundo es lo que crees?/¿Morderías la mano que te alimenta?/¿Mascarías hasta que sangre?/ ¿Te levantarías de tus rodillas?/¿Eres lo suficientemente valiente para mirar? / ¿Quieres cambiarlo?”. Cinco minutos después, la foto gigante de George W. Bush que cubría el centro de la pantalla de 12 metros en el fondo del escenario, se ha metamorfoseado a velocidad imperceptible en una de John McCain.
Blackout.
Trent Reznor es el Elvis Presley del tecno-rock, el pariente cósmico sureño y ultratecnologizado de Kurt Cobain y su angustia existencial masoquista. Reznor es también la conciencia exacerbada del pozo sin fondo en que se sumerge el que cree mucho, y que al precipitarse en caída libre y sin remedio del estado de gracia, arrastra todo vestigio de inocencia hasta terminar creyendo en nada más que en la muerte. Y en el placer. En lo finito de la existencia y en el hedonismo sublimado como una forma de reafirmar la existencia propia. En Tanatos y Eros. Los dos instintos básicos para sobrevivir.

Se sabía de la experiencia conmovedora, estremecedora y total que significaba ver a NIN en vivo. Pero tenerlo frente a los ojos, en Chile, es otra cosa. Reznor es un apóstol del evangelio apócrifo del rock, ese que no está escrito en los libros de la industria discográfica, sino en el alma de los que creen que si no es peligroso, si no remece conciencias, si no toca vidas, si no contiene brotes caudalosos de honestidad brutal y pocas ganas de conformarse con lo que dicen los diarios y los rankings, no es rock. Ese que dice que si no duele, no sirve.

En vivo, las canciones de Nine Inch Nails toman otro significado y adquieren ribetes de asalto sensorial. La plataforma visual que Reznor ocupa exalta ante todo el frenesí. Pero si se conocen las letras previamente, esto es lo más cercano a una liturgia, a una catarsis, a un rito de purificación.
Reznor grita, susurra, se encoge sobre el micrófono y se retuerce como si estuviera frente a diez mil exorcistas que vienen a verlo vomitar demonios atávicos.
¿Cansa ser Trent Reznor?. Es probable. Nadie puede estar tan atormentado tanto tiempo, ni ser el chivo expiatorio de los fantasmas de dos generaciones sin sufrir la resaca.
O, al menos, echar una ojeada al infierno, de primera mano.
Pero qué más da.
Repito.
Si no duele, no sirve.
Y después de años de obsesión artística, reclusión, mitos que le han valido el estatus de leyenda urbana, adicciones, otro tanto de rehabilitaciones y un decidido problema de autoridad respecto al sistema económico y la ética que sostienen el negocio tradicional de la música, está claro que, en este caso, los costos parecen más que pagados.


(Lo bello no siempre es perfecto. O mejor dicho, el efecto es distinto en un caso y otro. Finalmente el impacto de lo estético es único e irrepetible. No hay una experiencia sensorial parecida a otra. La belleza pura toca el alma, claro. Pero el rock & roll toca un poco más que eso.)

Trent Reznor canta Hurt. El pulso narcótico, frágil, de oratorio, hiere la guitarra acústica y viceversa. El que toca las seis cuerdas y parece un zombie de película de Lynch es Robin Finck, el miembro más antiguo de la versión en vivo de NIN, un grupo paralelo al que Reznor dirige en su estudio de grabación, donde Nine Inch Nails funciona independiente - finalmente - de las grandes compañías discográficas, de una manera casi artesanal pero con alta tecnología, donde la tela sonora, el objeto musical, se hiere, pinta y reconstruye con textura hiper realista, usando samplings de instrumentos reales, sólo elementos nobles (¿”reales”?) para generar sonido, aparatos electrónicos que generan tonos puros, instrumentos y tambores de verdad que se graban y solo se constituyen en ritmo y melodía en la pantalla del computador, cuando se les da forma.

(La música es hoy, más que nunca, un arte audiovisual).

Estéticamente, la música de NIN está basada en el pulso denso del ritmo urbano, de la máquina, del ruido de la rutina occidental diaria, de los problemas de fe y adaptación, de las preguntas inevitables para esquivar el tema de creer o no creer, cambiar o no cambiar, jugar o no jugar, querer o no querer, poder o no poder, huir o quedarse, seguir o parar. Es la música del odio, del miedo, pero también es la música del placer en la plena oscuridad.

Hay días en que no es fácil ser feliz. Algunos dicen que el mundo está ahí, para tomarlo. Pero ¿Qué pasa si yo más bien no quiero ser parte de él?.
Nada, no pasa nada.
Esta es una sociedad que valora el determinismo. Es el corazón del libre mercado. Una civilización obsesionada por sus propias fallas. Las busca, las inventa. Parece disfrutar ver al que cae.
¿De qué trata la prensa rosa si no es de necrofilia? ¿De fagocitar restos humanos como buitres merendando en vivo y en directo?.

Es ahí, en lo peor del contrato social, donde la música de gente como Trent Reznor cobra sentido.

Necesitamos ver el borde. Nos hace sentir que toda existencia, por miserable que parezca, merece ser vivida. Algunos prefieren hacerlo desde la comodidad de su sillón, sin mezclarse, tras el cristal.
Son los que disfrutan de la farándula, el periodismo misógino, el goce clasista, la pequeña hipocresía nuestra de cada día.

Otros se arriesgan y miran más allá.

(Escuchan discos de Nine Inch Nails.)