26 de agosto de 2008

Rápido antes de llorar: Por qué Bertoni no ganó el Nacional.


En mi humilde pero intenso puñado de años ejerciendo la crítica de música, aprendí que un mal crítico no evidencia tanto su incompetencia en lo que alaba, como en lo que desprecia y lo que ignora.

Pienso en esto mientras lamento la pelotudez supina del jurado del Premio Nacional de Literatura de este año, al negarle el premio a Claudio Bertoni, y dárselo a Efraín Barquero, un poeta del remedo nerudiano, del tributo mistraliano, del lugar común y la cultura pre televisiva, en suma, un poeta de verso bonito pero irritantemente demodé, que ni siquiera está interesado en venir a recibir dicha "afrenta".

¿De que hablamos cuando hablamos de literatura en el siglo XXI? ¿Es atingente ignorar que vivimos en plena Era de la imagen fraguada, intencionada y procesada, del sobre estímulo, de la polidestreza del lenguaje?.

La elite es incapaz de observar lo que pasa en el arte hoy, incapaz de sacudirse hollín de una realidad que se consumió antes que triunfara la TV, antes que la vida cotidiana se volviera digital, mucho antes que los hippies y los punks tuvieran la ocasión de romper el estancamiento.

Es obvio que la obra de Claudio Bertoni - poeta, fotógrafo, músico, artista visual, maestro del haiku achilenado, de la frase corta y el verbo pedestre, de la liberación del erotismo y la obscenidad nuestra de cada día - está vigente, viva y en uso por los lectores modernos. La de Barquero no.

Esto, por un momento, me parece una máquina del tiempo que nos secuestra hacia aquellos días en que Violeta Parra y luego Víctor Jara tuvieron que luchar a brazo partido por la sobrevivencia del folclor chileno, cuando la institución lo veía como una pieza de museo inerte y pretérita, que debía admirarse pero no tocarse, que debía citar a lo clásico y a lo inofensivo, pero no levantarse con voz propia y tomar el derecho a existir y comentar en lo contemporáneo.

Mal. Muy mal. Bertoni se merecía esa pensión vitalicia y ese reconocimiento.
Pero prefiero ser constructivo. Después de todo, no es tan infértil la ignorancia de la autoridad vigente. Bertoni sigue allí, libre como una pulga de mar en la arena de Concón, y la decadentosa (y reducidísima) élite cultural chilena ha dado un paso adelante en su despedida de la vigencia.