27 de agosto de 2010

CAPÍTULO 1: Canciones como balas. (Pedazo)

Me enamoré de las canciones desde muy chico. Por alguna razón que tardé años en descifrar, fue el sonido, las texturas, lo primero que me fascinó. Tuve la suerte de ser niño en los años 70, la época en que la música popular sonó mejor que nunca: orgánica, dinámica, viva, real, a escala humana. Es bastante probable que eso haya curtido el amor que hoy tengo por el sonido pastoso, intenso, casi aromático de las baterías con harto high end, de parches mediosos y bombos directo al bajo vientre; las guitarras in-yer-face estilo Exile on Main Street; los bajos concretos, redondos, saltarines, muy en la huella del Mc Cartney con Rickenbaker del sonido beatlesco sicodélico, o el apogeo de los Wings. Ultimamente descubrí - tarde por cierto y gracias al bendito vinilo-scouting - al Neil Young de Harvest, aunque ya había aprendido que Virgin, Verve y Capitol pre-80's tienen como standard esa tibieza auditiva.

Sin embargo, ser un adolescente en los 80 trajo a mi la luz del formato canción. Me enamoré. No era fácil crecer huacho de padre en la generación de Pinochet. Nadie decía nada, todo se escondía, todos vivían (vivíamos) con miedo de que alguien cercano un día no estaría más en su casa. En la calle, fueron grises esos años. Pero en las casas, en los autos, estaba la radio. Suspiro. Las FM todavía no eran lo más cool. Eran las AM. Allí estaba el vellocino de oro, la dosis, el goce, la apertura a otros mundos, la compañía segura. Los cantantes españoles del boom de los 70 todavía inundaban todo. Las mejores canciones de Julio Iglesias y el Puma; Juan Bau y su "Estrella de David"; Miguel Gallardo y esa cosa animal, urgente, sexual, de "Hoy tengo ganas de ti"; Paloma San Basilio; las canciones de musicales: Evita, El Diluvio que Viene, El Violinista en el tejado; las películas musicales.. y Jesucristo Superstar...Jesucristo fuckin Superstar. Que discazo. Que música. Debe haber sido la primera vez que el rock me fascinó. Había una mezcla de power y mística que me envolvió, me tiró lejos. Lo más cerca que uno podía estar de las guitarras eléctricas, en esos años, era ver a un grupo de cumbia. En una parrillada. No es chiste.


Eso, hasta Los Jaivas. Por un lado, estaba el pop europeo en español, el rock británico (que en mi caso penetró atomizado, sin saber lo que escuchaba). Pero Los Jaivas..., Aconcagua, Macchu Picchu, esos trajes blancos con fajas multicolores a los lados y polainas de lana: Daban ganas de salir corriendo a tocar en una banda, alternarse los instrumentos...había algo de litúrgico, catártico, sublime, sacro en los conciertos de Los Jaivas.
Confieso: Yo quería ser Gabriel Parra. Así de simple.

Mi primer caset fue Made in Spain, de Miguel Bosé. Junté plata de unas mesadas que me dio mi abuelo, y un día sábado en la mañana fui a una tienda a Diagional Cervantes para comprarlo. Estaba dichoso. El segundo fue Thriller, de Michael Jackson. Los escuchaba en un mini componente IRT gris que me regaló mamá. Aún recuerdo el vértigo de abrir la caja y encontrarme esos parlantes desmontables. Casi me dio un infarto. Allí me convertí en un "cazador del dial". Grabar las canciones que a uno le gustaban, ojalá sin marcas del locutor, se convirtió en un arte, una destreza, que mi generación dominó rápido. Lo mejor eran los programas donde la gente pedía canciones. En la Galaxia, en la radio Mundo Nuevo (donde alguna vez pedí "Whip it" de Devo, y me nombraron como Julio Arce, los muy hijos de p...)

Eso, hasta ese día domingo del verano de 1984, en la casa de mis primos en Salvador Gutiérrez. Jaime (eres grande, ¿te conté esto alguna vez?) me mostró un especial grabado en la radio Pudahuel, con un grupo chileno. Eran canciones de La Voz de los 80. Vaya, vaya. Rock chileno. Después vinieron esos argentinos que sonaban como Police (y que este año volvieron). Virus y su música intrigante, sensual, moderna hasta el tuétano. Aparato Raro, Aterrizaje Forzoso, Duncan Dhu, Hombres G. Y Viena...a esos tipos los seguí por todas partes. Yo era fan. Really. Y UPA!. Los Electrodomésticos y esas tocatas que parecían misas negras, crípticas, onderas, surrealistas, alternativas, intelectualoides. Y Soda. Soda forever. La época de Signos, la gira auspiciada por Free. Que banda de mierda, increíble, que rockstar Cerati. Que música notable. Aún guardo mi copia de Signos en vinilo, comprada en Rockshop en diciembre de 1986, que Cerati me autografió (y corrigió las liner notes) en la primera entrevista profesional que hice, en 1993.
Pero eso fue después.

Me gustan las canciones. Porque son como balas. Te subes arriba de ellas y te llevan en milésima de segundo a un sentimiento, una persona, un olor, una época de tu vida. Te destrozan el corazón. Te rompen el letargo. Aniquilan a tu peor enemigo, al menos en tu mente. Son como balas. Te las puedes autoinferir. Y también te las pueden disparar sin piedad. Puedes apuntar y dejar enamorada/o a alguien instantáneamente. Si sabes cómo hacerlas por ti mismo, puedes hacerle el amor a alguien a la distancia, sólo con sonido. Puedes abrazar, dar alivio. Apuran la resiliencia, combaten la caspa, te sacan la ropa y te hacen sentir abrigado, muerden, alimentan, soban, corren mano, penetran, iluminan, retan, dividen, explican, mutilan. Acompañan. Revelan. Catalizan.
Me gustan las canciones.
¿Qué haríamos sin música?
¿Qué habría sido de mi sin música?.
¿Donde estaría sin la complicidad oscura y mala consejera del rock en cada uno de mis días?

(...)

4 de agosto de 2010

Vacaciones (pagadas) en La Moneda.


Si estas líneas merecen también que me telefoneen tres veces de La Moneda, igual que pasó con mi última columna, la verdad me sentiré conforme de que alguien pesque.
Porque quiero partir confesando que esto lo escribo desde la indignación de vivir en un país donde a la gente no se le escucha, donde nos tratan como tontos. Y eso no es para andar sonriendo.
¿Le importa realmente al Presidente Piñera su trabajo en el gobierno? ¿Cree de verdad que esta falacia de la vocación de servicio público puede convivir mucho tiempo más con la certeza de que esconde un terminal Bloomberg para seguir sus negocios, de los que no se ha desprendido ni parece que lo hará?
Hace semanas me tocó recorrer Palacio, invitado en uno de esas visitas guiadas que cualquier ciudadano puede solicitar, pero que a mi me tocó por atender un aviso en Twitter. Y debo decir que me consta que hay gente allí que está trabajando. Gente que ya desconfía de su convicción política, pero aún cree que es posible hacer las cosas bien.
Es cosa de ver al “Capitán Ministro” Hinzpeter, con una rodilla al suelo, rodeado de drogas en algún decomiso, perdiendo la compostura de vez en cuando si se trata de respetar al prójimo y sobrepasado por las circunstancias. Es cosa de ver a la vocera Von Baer, con cara de desesperación, ignorada, permanentemente bypasseada por sus colegas de Estado, tratando de explicar lo inexplicable, de negar lo evidente, de tapar con su mejor cara de póker al elefante blanco gigante que defeca irregularidades en medio de la Plaza de la Constitución.
No podría negarse que hay gente que trabaja por intenciones nobles y convicción en el gobierno. No me consta lo contrario.
Pero basta leer la entrevista a la jefa del Segundo Piso que apareció el domingo en El Mercurio, para comprobar que está todo mal allá adentro. Personeros importantes con catorce horas de trabajo diarias, retados y controlados como preadolescentes que no han hecho las tareas. Carpetas repletas de asuntos vitales que se acumulan en la oficina de María Luisa Brahm - “ojos y oídos” del Presidente Piñera - sin contar con la empatía, con la atención, con la dolencia del Mandatario.
¿Le importará al Presidente su puesto en La Moneda tanto como para poner mano dura en casos patéticos como los de las tristes señoras a cargo del Sernam y la Junji? ¿Le interesará realmente transparentar esos tres mil millones que hubieran hecho la diferencia en la reconstrucción, a solo semanas del terremoto, y que en cambio fueron a parar a manos de amigotes de sus Ministros, en vez de a los pequeños negocios de gente trabajadora y necesitada? ¿Tendrá algún día la intención de hacer un cambio de gabinete profundo para barrer con los errores de interpretación de cifras en la Casen, en la mentirita de las filas de los consultorios, en el déficit fiscal que se suponía habíamos heredado de la era Bachelet?
¿Realmente apagará un día su terminal Bloomberg, hará una pausa en sus negocios y tomará sus responsabilidades en el trabajo público para el que se le paga, para el que una mayoría de chilenos lo eligió? ¿Querrá un día contribuir al menos a devolverle un poco de dignidad a la tradición republicana del  cargo de Presidente, que hoy yace sepultada bajo disfraces, partidos de fútbol, demostraciones flagrantes de ignorancia cultural y espectáculos tristes para la galería a costa del sufrimiento de los pobres?.

Aún tenemos ganas de creer que se puede. Se le ha dejado gobernar, señor Piñera. La oposición lo ha tratado con pinzas, vaya a saber uno si con guante blanco por respeto, o con temor histérico a las ollas que podrán destaparse.
Pero su sonrisa congelada, su indolencia, su silencio en las dudas importantes, hace que cueste sacarse la creciente sensación de que usted está de vacaciones en La Moneda, pagadas por nosotros, los chilenos. Y eso duele. Molesta. Inquieta.