7 de enero de 2010

El foso Hormiguero


El Hormiguero
Canal 13
Lu a Vie

Advierto: Si usted espera una columna necrofílica con disfraz de buitre, del tipo “cierren el canal y váyanse para la casa”, no siga leyendo. Por otra parte, si es de los que aman su Trinitron, venera su LCD cazado en 36 cuotas, o se compró un portátil para no perderse ni el rubio ceniza Loreal del “Doctor” De La Barra, le digo desde ya que estas líneas pueden incluir spoilers que lo enterarán de cómo funciona el truquillo de los programas de entretención.

"¿Cuál es el público objetivo de este programa?” lanzó al aire uno de los hinchapelotas artrópodos de paño y espuma de “El hormiguero”, en los últimos minutos del programa del lunes pasado. Y lo que debería haber sonado como una traviesa talla interna meta-televisiva, quedó rebotando en el éter como un macabro ejercicio público de sinceridad.
¿Por qué no resulta El Hormiguero?. Los agoreros que quieren ver encarnado algún supuesto error en la audacia “veneciana” de Tonka, están muy perdidos. Con o sin Tomicic, con o sin Sergio Lagos, la versión chilena de uno de los programas de TV más exitosos del último tiempo en España iba destinada si o si a la ruta del calvario.
Tampoco pueden cantar victoria aquellos que odian todo lo que lleve el sello creativo de los - a estas alturas ubicuos – Copano. Si algo no le falta al nuevo estelar de Canal 13, eso es ideas frescas y energía renovada.

Es más, al programa se le puede acusar exactamente de lo contrario, de voluntarismo, de sobrerreación, de ingenuidad, de ser un compilado anárquico sin carácter ni de chicha ni de limoná.
Para que vamos a andar con rodeos: el programa no fluye, y lo que debería ser un relajo se transforma en una experiencia desagradable, que nos pone a todos en la ingrata misión de presenciar el traje nuevo del emperador. Y el emperador está, irremediablemente, desnudo. Sin concepto, sin norte, sin fondo, sin razón de ser.

Varios años escribiendo para conductores de TV me afinaron el ojo para detectar cuando la costura está mal zurcida. Y este es un caso galopante de realización errática.
Si El Hormiguero original de la cadena hispana Cuatro fue concebido como un talk show delirante, a la medida del conductor y director Pablo Motos, donde la estrella principal es la inagotable pléyade de posibilidades que hay para generar contenidos disparatados en TV, la versión del canal católico cometió el peor de los actos fallidos: por querer ser distinto, terminó siendo igual pero peor.
Ejercicio práctico. Cierre los ojos. Imagínese que usted es director de TV, en un canal importante con mucho público cautivo y buenos auspicios asegurados, en un país donde recién se acabó una dictadura célebre por promover el más feroz apagón cultural. Le piden hacer un programa loco, pero sencillo y glamoroso. Imagínese que usted es genial. ¿Qué hace?. Primero define su fórmula. Se le ocurre que quiere en pantalla a gente que ya tenga fama: quiere una reina de belleza, muy guapa, pulida y templada, al borde de lo cartucho-hipócrita. Le pone al lado al tipo más deslenguado del mercado, un pituco que se caracteriza por tener el mismo nivel cultural de una almeja de la Caleta Portales y la mismo líbido desopilante de un preso liberado tras diez años y un día a la sombra, con tres pisco sour tamaño Catedral encima. Podría quedarse allí, pero usted sabe de tele. Sabe que necesita hacer un programa en tercera dimensión, que incorpore lo impredecible del típico guatón tallero que aportilla la más ensayada y circunspecta ceremonia. ¿Qué hace?: Le suma al rey del chiste corto, que no tiene experiencia televisiva pero si un talento supremo para la salida ingeniosa. Les escribe todo en tarjetas, y los deja en el estudio de TV. Pero no están abandonados a su suerte. Porque esto es como un gran ajedrez humano, donde usted mueve piezas que tienen, cada una, un rol y una destreza precisa. Finalmente, el factor glamour se lo da mezclando invitados de alta notoriedad con personajes bizarros, menores, prescindibles. Es que usted sabe que es el mejor en lo suyo, tiene encima muchas horas de tele, sabe de qué se trata esto: de la mezcla, del revoltijo, de que sea una experiencia novedosa siempre, de contar un cuento con los mismos personajes cada semana, pero en distintos escenarios y dificultades posibles. Usted hace televisión de situaciones.
Felicitaciones. Acaba de meterse en la cabeza de Gonzalo Bertrán. Acaba de inventar Viva el Lunes.

Si El Hormiguero está hoy en un foso con arenas movedizas, que se hunde lento, muy lento, la única forma de salir es aplicando economía de guerrilla. Optimizar recursos, que los tiene y muy buenos. Una dupla de animadores moldeable, dispuesta, fresca, joven, bella.  Un equipo creativo entusiasta, que quiere probar cosas. Una estética notable. Un presupuesto proactivo, con capacidad de reacción.
Y si no le faltan buenos ingredientes ¿Qué cresta  necesita entonces esta sopa para que deje de ser sólo agua caliente con agregados y cuaje en una comida apetitosa?:
Revolver bien. Dejar que cada sabor se impregne en el otro. Ponerle zapatillas a los sentadores vestidos  de Tonka; dejar que las hormigas saboteadoras realmente hagan su pega de crear el efecto de tercera dimensión, de opinólogos residentes; parar un momento para escuchar a los invitados, involucrarlos sin forceps a la dinámica y reaccionar con ellos; dibujarle claramente los límites de la cancha a los conductores para que sepan que así en el fútbol como en la comedia, siempre hay uno que crea la jugada, que la sirve, y otro que la remata, que anota el gol.
Sé que es sencillo decirlo, pero no es fácil hacerlo cuando está todo el mundo observando, disectando, juzgando. 
Pero esto es sin llorar.

Después de todo, el negocio de la televisión siempre ha sido y será trabajo de hormigas.


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